Cómo acompañar el duelo en la infancia: conoce claves para sostener mejor desde el amor
La infancia no está exenta de pérdidas. Aunque a veces pensemos que los niños “no entienden” o “no sufren tanto”, lo cierto es que viven el dolor desde otro lugar: muchas veces en silencio, otras con preguntas inesperadas o conductas que no siempre asociamos con el duelo.
Un cambio de casa, la pérdida de una mascota o el fallecimiento de un ser querido pueden abrir interrogantes profundos. Y aunque no podamos evitarles el dolor, sí podemos estar presentes. Acompañar no es eliminar la tristeza, sino sostenerla con amor.
¿Qué es el duelo?
El duelo no es una enfermedad. Es una respuesta natural ante la pérdida, un proceso emocional que nos permite adaptarnos a una nueva realidad. En los chicos, este camino puede verse atravesado por su etapa evolutiva, su personalidad y, sobre todo, por cómo los adultos significativos los acompañen.
En los niños, el duelo puede expresarse con síntomas físicos (dolores, fatiga, regresiones), cambios de conducta o actitudes que no siempre asociamos directamente con la tristeza. Por eso, el primer paso es aprender a observar y nombrar.
¿Cómo entienden la muerte según su edad?
- Bebés: no comprenden la muerte, pero sienten el dolor y el desconcierto de los adultos.
- 3 a 5 años: la muerte se asocia a un sueño o algo reversible. Pueden hacer muchas preguntas o pensar que “va a volver”.
- 6 a 9 años: empiezan a entender la muerte como algo definitivo, pero pueden vivirla como un castigo o algo provocado por ellos.
- 10 a 12 años: comprenden la realidad biológica de la muerte, aunque pueden sentirse culpables o ansiosos.
- Adolescentes: oscilan entre una comprensión madura y una sensación de invulnerabilidad. Pueden mostrarse distantes o irritables.
¿Cómo reacciona un niño en duelo y cómo acompañarlo?
El duelo en la infancia se expresa de múltiples maneras: dolores físicos, falta de energía, dificultades para dormir o concentrarse, tristeza que aparece y desaparece, enojo, llanto repentino o apatía.
A veces vuelven conductas ya superadas, como dormir con un peluche o chuparse el dedo. En adolescentes, también puede haber distancia emocional, irritabilidad o una necesidad excesiva de sobreocuparse.
Por eso es importante que los adultos estemos atentos, sin invadir. Que sepamos que detrás de un berrinche o un silencio puede haber una pregunta o un miedo que aún no encuentran palabras.
Acompañar un duelo implica, ante todo, habilitar el diálogo. Hablar del tema con naturalidad, sin eufemismos, usando palabras claras y concretas, según la edad del niño. Decir “murió” en lugar de “se fue” o “está dormido”. Explicar que ya no lo vamos a ver, pero que podemos recordarlo y seguir queriéndolo. Y, sobre todo, estar dispuestos a escuchar, sin apurar.
También implica validar sus emociones. Decirles que está bien estar tristes, que pueden llorar, que no hace falta ser fuertes. Compartir nuestros propios sentimientos –sin sobrecargarlos– les muestra que lo que sienten no está mal ni es raro. Que el duelo es parte de la vida.
Las rutinas también son clave. En momentos de desorganización emocional, la continuidad de la escuela, los horarios de comida y descanso, y las actividades cotidianas brindan seguridad. Al mismo tiempo, es bueno abrir pequeños espacios simbólicos para canalizar el dolor: armar una cajita con recuerdos, escribir una carta, hacer un dibujo o rezar juntos.
Por las noches, la angustia suele crecer. Es importante dedicar más tiempo a acompañarlos antes de dormir: leerles, rezar, usar una luz tenue o música suave. Reducir las pantallas y los estímulos violentos, y procurar que tengan momentos de juego libre, aire libre y movimiento también ayuda a sostener el cuerpo cuando el alma duele.
Y si algo nos preocupa, si sentimos que el niño se aísla, no puede retomar su rutina o expresa ideas de desesperanza, es fundamental pedir ayuda profesional. No es un signo de debilidad, sino de cuidado.
El duelo no tiene tiempos fijos; a veces puede reaparecer en fechas significativas o cuando menos lo esperamos. Por eso, más que respuestas, los chicos necesitan presencia. Un adulto que los mire, los escuche y no les pida que estén bien antes de tiempo.
¿Qué decir (y qué no)?
✔ “Estoy acá si querés hablar. Y si no, también.”
✔ “Yo también estoy triste. Podemos llorar juntos.”
✔ “Podés sentir lo que necesites, yo no me voy a ir.”
✘ “No llores”
✘ “Fue lo mejor”
✘ “Ya va a pasar”
✘ “No pienses más en eso”
✘ “Hay que seguir adelante”
Un cierre para madres, padres y adultos que acompañan
Acompañar un duelo es, muchas veces, caminar en lo incierto. No se trata de tener todas las respuestas, sino de hacerle espacio al dolor. Es dejar que nos vean vulnerables; la tristeza es parte del amor y extrañar es otra forma de amar.
Quizás no podamos evitar que sufran, pero sí podemos enseñarles a transitar el dolor con sentido, con palabras, con cuerpo. Y que, aunque nada vuelva a ser como antes, siempre podemos encontrar nuevos modos de estar cerca, de recordar, de agradecer.
Porque eso también es educar: ayudar a crecer, incluso cuando duele.
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*Este artículo fue elaborado a partir de la charla “Cómo acompañar el duelo en la infancia”, dictada por Magdalena Clariá (marzo 2025 en Los Molinos) y a partir de la capacitación “Duelos en la vida cotidiana; cómo acompañar a nuestros alumnos”, a cargo de Gastón del Río (junio 2024 en El Buen Ayre).
Magdalena Clariá es psicóloga, especialista en Disciplina Positiva y tiene amplia formación profesional en muerte y duelo.
Gastón del Río es Dr. en Psicología y miembro fundador de FUCLAE.
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