La Familia, nuestro mayor tesoro
Al escribir sobre la vida de la familia, no puedo dejar de pensar y sentirme agradecida por las huellas imborrables que dejaron mis abuelos y papás al día de hoy.
Soy la segunda de 9 hermanos. En casa vivíamos mis papás y ocho hermanos de diferentes edades. Y también los siguientes familiares. Mi abuelita, a quien considero una santa, y mi abuelito, que sufrió demencia senil durante 8 años. Mi tía Alicia, que era discapacitada mental y la madrina de mi mamá, que era viuda y sin hijos. ¿Qué me transmitieron para la vida mis padres y abuelos? Que se necesita muy poco para ser feliz.
Así, aprendí a disfrutar de lo simple.
Cuando tenía 10 años falleció mi hermanita más pequeña, que tenía 3 años. Fue un golpe muy duro para todos. Me quedó grabado el gran testimonio de mis padres: un profundo dolor vivido con gran fe en Dios. Él nos dio el consuelo y la fuerza que necesitábamos.
Mis abuelos eran personas muy generosas. Tenían un taller de relojería y con dos de mis hermanos íbamos todos los sábados allá. Teníamos el encargo de darle unas monedas a cada persona necesitada que pasaba. A mí me encantaba ir. Me enseñó mucho. No puedo dejar de pensar también en el cariño con que cuidaban de mi tía Alicia, que creció con discapacidad mental. Alicia fue muy importante para mí. Me enseñó virtudes fundamentales como el espíritu de servicio, la piedad (era muy rezadora), la pureza de corazón y la independencia.
También tenía otra tía, “Chiche”, a quien siempre quise mucho. Era una gran artista, vivió en Alemania durante 50 años. En este país europeo perdió la fe en Dios. Mi abuelita siempre la recibió con mucho cariño y rezó hasta el final de sus días para que regresará a la fe. No alcanzó a verlo… Pero Chiche, ya de vuelta en Argentina, en la última etapa de su vida y unos meses antes de fallecer, volvió a creer en Dios. Me emociona pensar cómo el Señor siempre nos espera.
Podría decir que mi casa fue siempre una casa abierta a todos. Las navidades las tengo grabadas en el corazón. Mi madre me enseñó que siempre hay un lugar más en la mesa. El 24 a la noche se vivía con mucha ilusión: un pavo, ricas ensaladas, postres alemanes, todo lo hacía mi mamá, ¡incluso disfrazarse de Papá Noel! Una costumbre que se vivió hasta que se enfermó de Alzheimer.
De mi padre guardo dos enseñanzas en el corazón, que me las transmitió con su vida: la paciencia y su humildad. Me solía decir: “Andreita, cuando se pierde la paciencia, no pasa nada. Pero hay que levantarse y volverla a recuperar. Pídele al Señor”.
La convivencia en una familia tan numerosa y particular me preparó para la vida. Con Rito nos casamos a los 24 años, teníamos mucha ilusión. Descubrí que el matrimonio es un arte maravilloso donde no somos solo dos sino tres: Dios en medio de los dos. Él fue nuestro apoyo siempre para sacar adelante esta gran familia.
Para poder vivir tiempos de familia, aprendimos a cuidar especialmente los tiempos nuestros, de a dos. Especialmente a medida que la familia crecía. Esto nos ayudó a recibir a cada uno de nuestros once hijos con mucha alegría. Incluso en momentos difíciles, ya sea de salud o económicos.
Aprendimos a pasarlo bien con muy poco. Nos hemos divertido mucho acompañados de la familia y de grandes amigos.
Tenemos recuerdos imborrables de vacaciones todos juntos o de asados del domingo en los que siempre se sumaban abuelos o tíos. Cómo olvidar a la mamá de Rito, que siempre llegaba generosa con sus postres y algún que otro domingo nos preparaba fideos caseros para el batallón. Esos almuerzos eran un descanso para todos, aunque no faltaba el alboroto y la diversión.
Hoy con 70 años, con tantos hijos y nietos, seguimos teniendo la certeza de que la familia es nuestro mayor tesoro. Intentamos que nuestro hogar siga abierto para cada hijo y sobrino. Los domingos siguen siendo sagrados: la casa y el corazón están abiertos para el que quiera sumarse a un asadito a la canasta. Los temas de conversación son variados y siempre sale a la luz la diferencia generacional que tanto nos enriquece a todos. Cuando el domingo termina, también disfrutamos del silencio y de estar solos con Rito. Cada momento es un regalo del Señor.
Qué gran tesoro la familia. Refugio donde se aprende a amar a Dios y a cada persona que la vida pone a nuestro lado.
Lugar donde se aprende a compartir, a no juzgar, a perdonar tantas veces como sea necesario, a acompañar en en los momentos alegres y en los momentos difíciles.
A vivir.
Agradecemos especialmente a Andrea Raganato de Irañeta, Madre fundadora de nuestros colegios, por el testimonio. compartido.